Allá por 2013, Google Glass nos prometía un mundo en el que todo el mundo iría a tomar un café, desplazándose por Instagram justo en el cristal delante de sus ojos, y un compañero personal de IA le susurraría consejos sobre la vida y las compras. Las presentaciones parecían trailers de ciberpunk: gente elegante en patinetes eléctricos con gafas inteligentes que parecen saberlo todo. Pero en lugar de una revolución, obtuvimos memes sobre "Glassholes" (un término del argot para referirse a los usuarios de Google Glass), escándalos por cámaras ocultas y el fracaso de un producto que incluso Google se avergonzó de trasladar al segmento corporativo.
Hoy, más de una década después, el mercado de las gafas inteligentes parece volver a la vida. Meta ha colaborado con Ray-Ban, Apple con unas semilegendarias gafas AR que se rumorea están en desarrollo. Samsung, junto con Google, Xiaomi e incluso startups, prometen que "esta vez funcionará". Sin embargo, para la mayoría de la gente fuera de Silicon Valley, estos gadgets siguen siendo extraños juguetes para geeks y emprendedores.
¿Por qué no hemos visto un "boom" masivo como el de los smartphones o los auriculares TWS? Las razones van más allá de las cuestiones técnicas. Es una mezcla de compromisos tecnológicos, temores sociales y la falta de esa "aplicación asesina" que haga que la gente cambie sus hábitos.
La tecnología ha ayudado

Imagen ilustrativa. Ilustración: DALL-E
A pesar de las promesas a bombo y platillo de los vendedores, la realidad de los gadgets ponibles sigue pareciéndose a una versión beta del futuro. El principal problema es el trilema técnico: compacidad, potencia y autonomía al mismo tiempo.
Los fabricantes intentan meter cámaras, pantallas, procesadores y baterías en un armazón de 5 mm de grosor que debería durar al menos una jornada laboral, no media hora.
Hasta ahora... más o menos.
La batería es el primer obstáculo. Incluso en los mejores modelos actuales, proporciona 2-3 horas de trabajo activo con efectos AR o 6-8 horas en modo "pasivo" (música, notificaciones). Es muy poco tiempo para que las gafas se conviertan en un sustituto de pleno derecho de un smartphone.
El rendimiento es el segundo escollo. Sí, los chips modernos (Snapdragon AR, serie M de Apple) ya son capaces de procesar tareas complejas de IA y animaciones de RA. Sin embargo, lo hacen con disipación de calor, lo que hace que la carcasa se caliente y que no todo el mundo quiera tener el gadget en la cara.
Y ni siquiera las pantallas que prometían ser un gran avance ayudan. La óptica de guía de ondas y los MicroLED son las tecnologías del futuro, pero hasta ahora o son demasiado caras o no proporcionan suficiente brillo en la calle.
Profundiza:
La óptica de guía de ondas es una tecnología que permite mostrar una imagen en el cristal de las gafas para ver el mundo real e información superpuesta al mismo tiempo. Una pequeña pantalla oculta en la patilla "lanza" luz a la capa conductora de luz de la lente, donde se refleja repetidamente en ángulos controlados y crea un efecto de proyección justo delante de sus ojos. Esto hace que las gafas de realidad aumentada sean delgadas y elegantes, pero también presentan inconvenientes: la imagen no suele ser lo bastante brillante para un día soleado, se producen distorsiones en los bordes de la lente y la producción en sí sigue siendo cara, lo que eleva el precio final del dispositivo.
Sobre el papel, suena bien: "unas gafas que te muestran tu ruta, notificaciones y la previsión meteorológica cada hora justo en tu campo de visión". En realidad, hay un gran compromiso entre un concepto bonito y algo que realmente funcione.
La gente no está preparada para llevar cámaras en la cara

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Aunque todavía podemos esperar avances en tecnología, la percepción del público es mucho más complicada. En 2013, las Google Glass se convirtieron en un símbolo no tanto de innovación como de paranoia: a los usuarios se les llamaba "Glassholes", se les echaba de los bares e incluso se les pegaba por sospechar que grababan a escondidas. Incluso hoy, cuando Meta ha lanzado unas elegantes Ray-Ban con cámara, mucha gente se siente incómoda: ¿me está grabando ese tipo que está tomando café en la mesa de al lado? La cuestión de la privacidad sigue siendo el principal obstáculo para la adopción masiva de las gafas inteligentes. Para cambiar la actitud de la gente hace falta algo más que ocultar la cámara o hacer que el indicador de grabación sea más brillante: harán falta años de trabajo sobre la confianza, la ética y la "normalización" social de los wearables. E incluso entonces, no hay garantías de que la nueva generación de aparatos no siga el destino de sus predecesores.
¿Dónde está el beneficio? No hay aplicación asesina

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Aunque la tecnología llegue a ser perfecta, la cuestión principal sigue siendo: ¿para qué la necesita la gente corriente? Las gafas inteligentes modernas pueden mostrar notificaciones, dar indicaciones o hacer fotos, pero estas cosas ya están disponibles y funcionan en los smartphones.
No existe una "killer app", una aplicación que haga que todo el mundo diga: "Ya no necesito mi teléfono, quiero gafas".
El ámbito corporativo es diferente: HoloLens 2 de Microsoft, Vuzix, Magic Leap: ahí hay beneficios cuando las gafas ahorran tiempo o mejoran la precisión en la fabricación o la medicina. Sin embargo, Microsoft también ha abandonado su propio negocio de hardware: en octubre de 2024, HoloLens 2 fue descontinuado, y el soporte terminará a finales de 2027. Incluso los pacientes de IVAS, la versión militar de HoloLens, cuentan ahora con el apoyo de Anduril y no de Microsoft.
Así, incluso para un mercado empresarial prometedor en el que se suponía que las gafas se convertirían en una herramienta de futuro, se está cerrando la producción, y los usuarios experimentados ya se están preparando para desvincularse de las gafas inteligentes. Es una señal clara de que no basta con un avance en hardware. Sin una aplicación realmente útil y masiva, la RA seguirá siendo una tecnología interesante pero de nicho.
El precio de la cuestión

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Aunque la tecnología ya fuera perfecta y se hubiera encontrado la aplicación asesina, sigue habiendo una brecha entre las gafas inteligentes y el mercado de masas: el precio. Hoy en día, unas gafas de realidad aumentada completas cuestan entre 1.500 y 2.500 dólares, y en algunos casos incluso más. Para la mayoría de la gente, esto supone el precio de un nuevo smartphone insignia y un poco más por encima, a pesar de que llevan el smartphone en el bolsillo y las gafas siguen siendo un gadget "experimental". Incluso los modelos más sencillos, como las gafas de audio de Ray-Ban Meta o Xiaomi, no pueden calificarse de baratos: 300-400 dólares por unas gafas que son esencialmente unos auriculares con cámara. Y esto en un momento en que la mayoría de los usuarios ya tienen auriculares y un smartphone con mejores cámaras y pantallas. La producción en masa y las reducciones de precio son posibles, pero es poco probable que ocurran hasta dentro de 3-5 años, cuando la tecnología madure y el mercado sea más competitivo. Hasta entonces, las gafas inteligentes seguirán siendo un producto para entusiastas y clientes corporativos.
¿Hay una luz al final del túnel?

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A pesar de todas las barreras técnicas y sociales, los grandes actores del mercado no se echan atrás, y eso es lo que mantiene viva la tendencia de las gafas inteligentes. Apple, Meta, Samsung, Xiaomi y decenas de startups siguen invirtiendo miles de millones en el desarrollo de nuevos modelos, apoyándose en varios avances tecnológicos clave. En primer lugar, las pantallas MicroLED y la óptica de guía de ondas prometen diseños más ligeros y delgados con mucho mejor brillo. En segundo lugar, asistentes de IA que pueden trabajar directamente en el dispositivo sin retrasos ni computación en la nube: este escenario puede hacer que las gafas parezcan gadgets "siempre encendidos". Y, por supuesto, aún hay esperanzas de un gran avance en las baterías: baterías de estado sólido u otras soluciones que les permitan trabajar durante horas en lugar de minutos.
El mercado recuerda ahora a los primeros años de los smartphones: muchos experimentos, intentos fallidos y progresos graduales que pocos perciben hasta el "efecto iPhone". Pero la pregunta clave es si este efecto se producirá alguna vez. ¿Se convertirá alguien en la nueva Apple en el mundo de las gafas inteligentes, o se quedará todo el sector estancado en el nivel de un producto B2B de nicho?
Contraargumentos: por qué el mercado puede volver a tropezar

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La IA es cara y consume mucha energía
Realidad: La IA en el dispositivo (es decir, cuando las gafas se cuentan a sí mismas en lugar de subirlo todo a la nube) requiere chips potentes. Esto significa más calor, más consumo de batería y un dispositivo más caro.
El inconveniente: incluso los mejores chips modernos, como el Snapdragon AR1 o la serie M de Apple, son un compromiso. Hay que limitar la potencia para no convertir las gafas en un soldador en el puente de la nariz. Hasta ahora, se trata de un "gadget de audio inteligente" o de una RA muy limitada.
Las baterías de prueba no garantizan un gran avance
Realidad: Las baterías de estado sólido y las de litio-azufre muestran grandes resultados en los laboratorios: el doble de capacidad y un perfil más seguro.
El lado negativo: Hay un abismo entre las pruebas de laboratorio y la producción en serie. Decenas de startups prometieron este tipo de baterías "en 2 años" allá por 2018, pero incluso en 2025, los smartphones y los coches seguirán funcionando con el buen y viejo Li-ion. Existe la posibilidad de un gran avance para las gafas, pero no es una garantía.
La aceptación social es el mayor obstáculo
Realidad: Hoy en día, en el mejor de los casos, unos pocos millones de personas en el mundo llevan gafas Ray-Ban Meta o gafas chinas de audio. Se trata de un porcentaje microscópico de los 8.000 millones de habitantes.
Desventaja: La aceptación masiva no consiste sólo en que las gafas parezcan bonitas. Son años de marketing, de explicar por qué está bien llevarlas. Incluso los auriculares TWS tardaron casi una década en convertirse en la norma.
Inversión ≠ éxito
Hecho: los grandes jugadores ya han invertido decenas de miles de millones en AR/VR (Meta gastó más de 50.000 millones de dólares en Reality Labs, ¿y qué?).
Inconveniente: Mucho dinero no garantiza que un producto despegue. Si los consumidores no le ven sentido, no lo comprarán, aunque llenes el mercado de oro. Algunos ejemplos son Google Glass, Magic Leap e incluso HoloLens fuera del B2B.
En resumen: ¿necesitamos gafas inteligentes?
El mercado de las gafas inteligentes se encuentra actualmente en una encrucijada entre otro fracaso y un avance largamente esperado. La tecnología es cada vez más pequeña e inteligente, pero aún no ha llegado al punto en que se integre en nuestra vida cotidiana con la misma naturalidad que los smartphones o los auriculares TWS. Las barreras sociales, la falta de uso real para la mayoría de los consumidores y su elevado precio las mantienen en el estatus de "gadgets para frikis" o herramientas corporativas.
Sin embargo, es demasiado pronto para descartar por completo sus perspectivas. Si los fabricantes encuentran una "killer app", consiguen que el diseño sea lo menos intrusivo posible y hacen que las baterías y las pantallas sean realmente cómodas, las gafas inteligentes podrían dejar de ser un nicho y convertirse en la nueva "norma" para 2030. En este caso, no sustituirán a los smartphones, sino que se convertirán en su extensión: dispositivos para interactuar rápidamente con el mundo digital sin necesidad de sacar el teléfono del bolsillo.
Sin embargo, existe un escenario alternativo en el que las gafas de realidad aumentada seguirán siendo un accesorio caro para las empresas, los militares y las startups de moda. La realidad, como siempre, está en algún punto intermedio: los próximos 5 años decidirán si el mercado se convertirá en otra mina de oro o seguirá a Google Glass en un museo de tecnoilusiones.
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